Con el ciclo “La Biblioteca de…” la BN invita, generalmente una vez por mes y siempre al caer la tarde, a una persona destacada para que hable sobre los libros que han acompañado su vida y sobre cómo son o han sido sus bibliotecas. El ciclo se inauguró en enero de 2005 con una conferencia de Francisco Ayala y ayer el invitado fue un amigo suyo, Luis García Montero, que también habló de él, como amigo joven y admirador del maestro.
García Montero estuvo sabio, cercano y entrañable (le he oído contar varias veces a mi amigo Juan Carlos que también lo era en sus clases). Siempre que le escucho me quedo con esa misma sensación y siempre me sabe a poco; le oigo decir, para terminar, y me digo, vaya.
Ayer empezó con un pesar y unas palabras de agradecimiento, el pesar era por la supresión en el Consejo de Ministros del 30 de abril de la Dirección General de la Biblioteca Nacional de España, y las palabras de agradecimiento, para la que hasta hoy ha sido su directora, Milagros Corral (que estaba presente y que, hay que decirlo porque se ve, ha hecho muy bien su trabajo). Luego ya empezó a hablar de los libros, y citó a Borges, al Jorge Luis del Borges Oral y la poética de El hacedor. Y habló de su infancia de hijo de un militar estricto y correcto que los domingos por la mañana se ponía poético y les recitaba a sus hijos, escenificadas, algunas de Las 1000 mejores poesías de la lengua castellana. Y de su adolescencia y su primera juventud, y de lo que supuso para un granadino en Granada el descubrimiento de Federico, y de los paseos por los alrededores de la Huerta de San Vicente, las puertas cerradas, las ventanas cerradas, y dentro, su estela; y por querer estar cerca de ella se hizo amigo de los guardeses, de Evaristo y de María, y por fin pisó la estancia del poeta; y entonces nos leyó un poema y nos habló de Impresiones y paisajes y de la portada de Ismael de la Serna y dijo, “mi admiración por Lorca fue mi primera conciencia de escritura”.
Después habló de su amistad con Alberti y de la generosidad del poeta de Marinero en tierra, de quien, por lo oído, aprendió mucho y también “a tomarse en serio a los jóvenes (poetas)”. Y habló de Luis Cernuda (los que más, La realidad y el deseo y Desolación de la Quimera), y de Gil de Biedma (su maestro en poesía que le descubrió a Marsé) y de Ángel González (que le descubrió a García Hortelano), y de Brines, y de otros algunos (autores y títulos) y de las novelas de una tal Almudena (presente) que le enseñaron a verse no sólo como lector sino también como personaje, etc. Luego unas cuantas anécdotas, y se acabó, así, en seco.
Y uno salió pensando, qué suerte tienen los que tienen la suerte de enseñar literatura.
García Montero estuvo sabio, cercano y entrañable (le he oído contar varias veces a mi amigo Juan Carlos que también lo era en sus clases). Siempre que le escucho me quedo con esa misma sensación y siempre me sabe a poco; le oigo decir, para terminar, y me digo, vaya.
Ayer empezó con un pesar y unas palabras de agradecimiento, el pesar era por la supresión en el Consejo de Ministros del 30 de abril de la Dirección General de la Biblioteca Nacional de España, y las palabras de agradecimiento, para la que hasta hoy ha sido su directora, Milagros Corral (que estaba presente y que, hay que decirlo porque se ve, ha hecho muy bien su trabajo). Luego ya empezó a hablar de los libros, y citó a Borges, al Jorge Luis del Borges Oral y la poética de El hacedor. Y habló de su infancia de hijo de un militar estricto y correcto que los domingos por la mañana se ponía poético y les recitaba a sus hijos, escenificadas, algunas de Las 1000 mejores poesías de la lengua castellana. Y de su adolescencia y su primera juventud, y de lo que supuso para un granadino en Granada el descubrimiento de Federico, y de los paseos por los alrededores de la Huerta de San Vicente, las puertas cerradas, las ventanas cerradas, y dentro, su estela; y por querer estar cerca de ella se hizo amigo de los guardeses, de Evaristo y de María, y por fin pisó la estancia del poeta; y entonces nos leyó un poema y nos habló de Impresiones y paisajes y de la portada de Ismael de la Serna y dijo, “mi admiración por Lorca fue mi primera conciencia de escritura”.
Después habló de su amistad con Alberti y de la generosidad del poeta de Marinero en tierra, de quien, por lo oído, aprendió mucho y también “a tomarse en serio a los jóvenes (poetas)”. Y habló de Luis Cernuda (los que más, La realidad y el deseo y Desolación de la Quimera), y de Gil de Biedma (su maestro en poesía que le descubrió a Marsé) y de Ángel González (que le descubrió a García Hortelano), y de Brines, y de otros algunos (autores y títulos) y de las novelas de una tal Almudena (presente) que le enseñaron a verse no sólo como lector sino también como personaje, etc. Luego unas cuantas anécdotas, y se acabó, así, en seco.
Y uno salió pensando, qué suerte tienen los que tienen la suerte de enseñar literatura.
3 comentarios:
o de escribirla
Sí, Luis era muy cercano en clase y lo sigue siendo fuera de ella. Es una buena persona y no acabo de entender la cantidad de 'enemigos' que le salen al paso cuando menos te lo esperas. Me temo que se trata de envidias, de las miserias de los que menos miserables deberían ser, los escritores.
Un abrazo, Antonio.
Hay muchos blogs, pero el tuyo no es uno más.
Muchas gracias, Juan Carlos. Y no te empeñes, difícilmente un corazón tan blanco como el tuyo puede entender ruindades como aquellas.
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