Hay libros que se leen, e inmediatamente se les queda agradecido. Raramente se trata a su autor, pero cuando eso pasa, a veces, uno, quien sea, dice, cuánto mejor no haberlo conocido. No siempre. El otro día Alejandro Luque escribía en Estado Crítico sobre Juan José Téllez y la importancia de Daiquiri. Uno también recuerda aquel libro y la duda cuando una noche de verano anticipado hizo propicia la presencia de Téllez. Era Rabat, las ruinas de Chellah, un concierto de jazz y la brisa correteando continuamente por entre las palabras.
Luego, el uno dijo, qué cortos se quedan, incluso, algunos poemas como este
Ninfas
Sobre la piel, cerezas,
meandros del paisaje,
la meseta mansa,
una mano tan fuerte.
El esturión cruza
en catarata el rápido
sobre el desfiladero
de sus Pechos Rocosos.
O medias negras, uñas
encarnadas, los faunos
brindan sobre la barra,
dientes al sol tendidos.
He aquí el Monasterio
en el Sur. Estas puertas
se abrieron para mí
en la noche propicia.
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