Anoche, a las ocho, se presentó en la Residencia de Estudiantes la novela Cambio de sentido de Mar Gómez Glez. En la mesa estuvieron Miguel Ángel Martínez, en representación de la Editorial Paréntesis, y la laureada y halagada Elvira Navarro, que actuó como madrina de ceremonias. El público, el que suele ser habitual en estos casos, esto es, la familia, los amigos y algún que otro espontáneo.
A uno, que bien pudo ser anoche uno de esos espontáneos, le pareció que Elvira Navarro hizo una presentación al estilo Isabel Coixet, o sea, mucho anacoluto y alguna pepita (de oro) de vez en cuando; lo hizo partiendo del ensayo “El Dostoievski de Joseph Frank” (incluido en el volumen Hablemos de langostas) de David Foster Wallace, pero no por las coincidencias, sino por lo contrario. Y entonces se felicitó de que Cambio de sentido no fuese una novela posmoderna, sino “una novela muy realista”, “de corte tradicional”; una novela teatral con pocos personajes y bien construidos que entran y salen continuamente de la escena; una novela comprometida y bien escrita; un thriller de ritmo trepidante en el que se dicen cosas importantes sobre la ecología y la memoria.
En el debate que suele seguir a las presentaciones se habló de los riesgos y la tentación del presentismo, de su carácter nocivo, etc, Y también del difícil proceso de escribir, de las vacilaciones y la reescritura continua, de la búsqueda desesperada de la voz narradora, etc.
Se acabó pronto.
Se acabó pronto.
Luego, hasta tarde, leyendo Cambio de sentido. Ya queda poco. La novela contribuye, se deja leer muy bien. Digamos que es un viaje apasionante en busca de los otros y de uno mismo, o sea, otra indagación en la memoria. El trasfondo: el desastre ecológico del naufragio del petrolero Prestige en las costas del Cantábrico.
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