jueves, 26 de marzo de 2015

Herberto Helder



Se eu quisesse, enlouquecia. 

Empezaba así, era un día de sol, supongo, en Lisboa, un cuento de Passos em volta, la edición era, creo, de Assirio & Alvin. Sí, era domingo y por la mañana (¿o tal vez era sábado?, en cualquier caso, día de folga), comí con deleite dois pastéis de Belém y un café, curto, se faz favor, y luego por la explanada verde, Praça do Imperio, aquel cuento de Herberto Helder, ¡ese arranque!

Esa misma mañana, es probable, alguna exposición temporal en el CCB, la librería, supongo, tal vez otro café; pero, nada de esto tiene por qué ser cierto, de ese día, únicamente, con exactitud, Se eu quisesse, enlouquecia. 


Hoy, en este otro día frío y feo, leo, obituarios, Sin ruido, como su vida, el pasado martes…

martes, 17 de marzo de 2015

Sobre altura y perversidad


El camino de la historia está salpicado de sangre y hay periodos del pasado que son verdaderos charcos. El de Tiberio, por ejemplo. Tiberio Claudio Nerón, segundo emperador de Roma, hijastro, yerno y sucesor de Augusto y predecesor de Calígula, fue un tipo cruel que se ganó fama de asesino y obsceno. Cuando llegó a Emperador ya era viejo, y se dice que se hizo cargo del imperio con todos los vicios de la edad y un considerable rosario de víctimas a sus espaldas, entre otras, la de su hermano y coheredero Agripa. Además, se cuenta que se quedaba con los bienes de los que mandaba ejecutar y prohibía a sus familiares que expresaran su dolor por ellos. En algún caso, como la ley romana impedía que se estrangulara a las jóvenes vírgenes, exigía al verdugo que primero la violara y luego la estrangulase. Muchos de esos cadáveres fueron arrastrados con un garfio y arrojados por las Gemonias.

Las Escaleras Gemonias, también conocidas como las escaleras de los Suspiros, del Luto o de la Mañana, bajaban desde el monte Palatino hasta el Foro y de allí hasta el río Tibet por donde se per-dían los cadáveres. Era una pendiente de escarmiento y un lugar deshonroso de ejecución. Lo expli-ca Stephen Dando-Collins en La maldición de los Césares: con arreglo a la tradición, los cuerpos de los traidores eran arrojados por las Gemonías, mientras que las cabezas de los hombres y las mujeres sentenciados por crímenes importantes y decapitados por la Guardia Pretoriana, eran expuestos en dichas escaleras, en calidad de prueba, tan sangrienta como indiscutible de que se había cumplido el castigo. 

Tiberio, a quien se le atribuye la sentencia “Los corazones duros se vencen con súplicas blandas”, fue también un tipo disoluto e impúdico. Cuentan que, asegurado el poder en Roma, quiso también asegurarse la vida y se retiró a Capri, la isla de la belleza y el vértigo. Allí, desde el punto más alto de la isla, se dispuso a dominar el imperio. Escribo dominar en vez de gobernar porque, según los historiadores de la antigüedad, Tiberio disfrutó más con el poder que con el gobierno. Se servía de él, también para sus perversiones, de las peores, por lo visto le privaba bañarse desnudo en la Gruta Azul rodeado de niños entrenados en el arte de la felación, que se le metieran entre las piernas como pececillos, darles lengüetazos y muerdecitos. Han pasado muchos años desde entonces, pero sigue dando vértigo la altura de Capri, la escalera Gemonías y la perversión de Tiberio.

No hace tanto tiempo, en lo que hoy es Austria, otro loco con perversiones confusas y ambición desmedida capitaneó una salvajada llamada Mauthausen. También ahí había una escalera, ¿se acuerdan? La de la muerte, los escalones del infierno, les hacían subir a lo alto de la cantera de gra-nito y luego los guardianes les empujaban. 186 peldaños con cincuenta kilos a la espalda y un salto. Dijeron, un muerto por cada losa de peldaño. Por lo oído, los escalones era irregulares y a los sacri-ficados sin piedad, la fatiga, la debilidad y la angustia les hacían tropezar. Está documentado y tam-bién lo contó muchos años después Segundo Espallargas Castro, natural de Albalate del Arzobispo, provincia de Teruel, y apodado Paulino el Boxeador: “Mi estancia en la cantera fue terrible, cada día veía morir a muchos hombres, de cansancio, mordidos por los perros, a palos, aquello era un matadero… Lo peor era el conocido ‘muro del paracaidista’: desde arriba, los SS lanzaban a los judíos y otros deportados, que caían al precipicio y se estrellaban abajo, en la cantera, donde está-bamos nosotros subiendo piedras. Horrible. Había que calcular por dónde podían caer y evitar-los…”.

Pero no nos hagamos ilusiones, esta iniquidad tan abyecta y aberrante no es cosa únicamente del pasado. Estos días estoy leyendo (no resisto las imágenes) que en Siria los yihadistas del IE suben a los homosexuales a las terrazas y desde allí los lanzan vivos para escarmiento y regocijo de los que están abajo. Otra vez la perversidad por las alturas. Por lo visto son muy primitivos, están todavía a vueltas con lo de Sodoma, Gomorra, la salvación de Lot y todo aquello del antiguo testamento. Luego divulgan sus canalladas en internet, pero con cada nuevo vídeo que publican parecen ir un poco más lejos en sadismo y brutalidad; en casi todos, sin embargo, se ve a niños mirando. Debe de ser que forma parte de su reforma educativa. A veces, la multitud, mientras espera abajo el momento de la caída (o en torno a la decapitación, la defenestración, la crucifixión, etc.) grita Alá akbar, Alá es grande.

Tiberio era enemigo acérrimo de las religiones y por eso se cargó, entre otros, a Jesús de Nazaret; el otro tenía fijación con una religión en concreto y por eso durante el Holocausto hizo lo posible para que murieran como mínimo cinco millones de judíos; estos del yihadismo lo llaman guerra santa y por eso cometen todas estas atrocidades en nombre de la religión. Está claro que a todos les inspiran las alturas pero que la perversión no tiene credo. 

Pienso en esto y me acuerdo de lo que dice el joven escritor estadounidense Phil Klay, que luchó durante trece meses como soldado en Irak antes de convertirse en autor de éxito, cuando se le pregunta si la dureza de sus relatos es una respuesta a la locura de la guerra. Suele responder que él no es pacifista, lo argumenta diciendo que la intervención de los Balcanes llevó una solución a un conflicto enquistado, que la Segunda Guerra Mundial sirvió para liberar a Europa, pero advierte que si optamos por la guerra como solución hay que tener claro lo que eso significa. Pues eso.