lunes, 22 de noviembre de 2010

Positos de vino


Es fácil y confesable la admiración por Héctor Abad Faciolince. Por la destreza de su prosa, por su maestría en el uso del idioma, por su dominio de la estructura narrativa, por esa facilidad que tiene para hacer literatura de su biografía, etc. Es verdad también que El amanecer de un marido no es El olvido que seremos, pero sigue siendo un libro bueno. Son dieciséis cuentos que giran casi todos en torno al matrimonio, que hablan del aburrimiento, la fantasía, el desprecio, la sospecha, el rencor, la inseguridad, el cariño, etc., que genera la monogamia, del cansancio que sigue al entusiasmo del enamoramiento, etc. Resultan particularmente atractivos los dos cuentos con los que arranca y termina el libro, y que no van precisamente de lo que van los otros, el primero, “Álbum”, lírico y triste, trata de un olvido y la muerte de una madre; el último, “Mientras tanto”, del dolor y el miedo de un escritor que imagina su propia muerte en un país desangrado por la impunidad y la violencia. En cualquier, caso un buen libro de cuentos.

En cierta ocasión le afearon a Héctor Abad Faciolince que se quejara de tener tan mala memoria, siendo, como era, tan generoso en las citas literarias; y entonces él se defendió, dijo, es que yo he leído mucho, llevo desde los quince años leyendo y leyendo y leyendo sin parar, y para todo lo que yo he leído, lo que recuerdo es nada, lo que he olvidado son cúmulos y cúmulos de libros, de ideas, de buenas películas, de buenas novelas. Dijo más, es como si un vaso de vino se hubiera evaporado y lo que queda es un polvito en el fondo, eso es lo que yo recuerdo. Pues eso, que para quien no ha leído tanto y lo que recuerda es ya únicamente polvo erosionado, sería un consuelo que al menos alguno de estos cuentos de El amanecer de un marido terminara siendo positos de vino.

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