A las 19 horas, en la Biblioteca Nacional, presentación del libro de Andrés Sorel Miguel Hernández: memoria humana. Estuvieron con el autor el poeta y filósofo Rogelio Blanco, Director General del Libro, Archivos y Bibliotecas y el maestro Antonio Gamoneda. Se dijeron cosas conmovedoras. Sorel habló muy sentidamente, pausadamente, como si estuviera recitando. Y lo recitó. Pero antes dijo que murió como un niño porque murió en la pureza de la esperanza, y habló de su amor por Josefina, del hijo que perdieron, de la tortura y otra vez de la muerte. Y antes que Sorel, Gamoneda planteó la guerra como una guerra de explotadores y explotados, y lo hizo despacio, con hondura, y denunció también la preocupación de Luis Almarcha (entonces canónigo de la catedral de Orihuela y luego Obispo de León y procurador en las Cortes franquistas) porque Miguel Hernández muriera dignamente casado cuando no había hecho nada porque muriera dignamente. Y antes, o después, se dijeron muchas más cosas, por ejemplo, que quienes mejor le entendieron fueron Juan Ramón Jiménez, María Zambrano y Vicente Aleixandre o que Jiménez Caballero se mofaban de él, el cabrero de la corte, etc. Al final, en Recoletos aún era de día y uno, en el autobús, pensaba, cuántas cárceles todavía arrastrándose por la humedad del mundo.
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