Foto: JFL
A siete leguas de la ciudad de Plasencia, en lo áspero de la sierra, fragoso y cubierto de maleza, se recogieron algunos ermitaños con deseos de servir a Nuestro Señor, apartados del trato humano, cuanto bastaba para la soledad y vida que pretendían. Los dos de ellos vivieron primero en una ermita que estaba en los arrabales de la misma ciudad de Plasencia, llamada San Cristobal; viendo que las ocasiones no eran allí menos difíciles y frecuentes que las de la primera vida, acordaron de retirarse a la montaña e huir los encuentros y peligros. Comenzaron a caminar por peñas y piedras por caminos ásperos, que lo son mucho las faldas de aquellas sierras, y vinieron a dar junto a una villa de la misma jurisdicción de Plasencia, llamada Quacos. Junto a ella, levantado en la ladera, poco más de un cuarto de legua, consideraron el sitio a propósito de sus pensamientos.
Sé de un monasterio en España;
Una elevada pila de rocas que
Yace entre campos yermos y altas sierras.
Severo, sin adorno alguno, con bóvedas tenebrosas,
Como un féretro gigantesco.
¡Ese será mi futuro imperio!
(Eduart Prutz, Motitz von Sachsen. Trauerspiel in fünf Akten,1884. Citado por Rodriguez Salgado, “Los últimos combates de un caballero”, citando a Martina Fuchs, no sé si citando a quién)
Cementerio Alemán (Yuste)
1945
“In balance with this life, this death.”
[W. B. Yeats]
Ahí las tenéis, miradlas: son las arteras armas de la noche,
apacientan la anchura de la nieve
y el cristal apagado de una campana fría.
Son los trenes que silban –tan negros- por el sueño,
y es el olor violento del barro y su horizonte
helado en el que cantan las bocas de los muertos
sus canciones de escarcha que hieren los oídos.
Son, mirad, estos hombres, hundidos o tocados
en un juego siniestro de naves por la sangre,
de aviones incendiados en el fondo de un bosque.
Cuando flotan las luces tras la niebla,
cuando pisan su sombra y la sombra les muerde
con sus dientes de hielo, con sus desolaciones.
2005
“The years to come seemed waste of breath.”
[W. B. Yeats]
De seis en fondo ahora, la formación de cruces
insiste en recordar al caminante
la estirpe de estas muertes militares,
la raíz malograda que se pudrió en sus tumbas.
Cae el hielo de la tarde como antes vuestros cuerpos,
como cayó la tierra sobre vuestras canciones,
como han ido cayendo las hojas de estos robles
hasta dejar ausente su esqueleto de acero.
Con la anónima nieve de la muerte,
sobre vuestra tristeza ha crecido la hierba
y esa hierba persiste verdemente
en el sueño invertido de vuestro escalofrío,
en vuestro duro nombre de muertos extranjeros
y en el asombro sepia de vuestra adolescencia.
Habíais dejado apenas el mundo de los juegos
para seguir jugando con torpe ardor de guerra.
Para acabar así, convertida ya en mueca
la risa irresponsable que se heló entre las nubes
o devolvió desnuda la crueldad del océano.
Para acabar aquí,
lejos de vuestra casa y de su sombra íntima.
Aquí, donde conviven la pena y la vergüenza
y la costumbre junta el horror y el silencio
en el último espasmo que heló vuestra mirada
azul y fría y extraña, vuestra última sorpresa
al contemplar de pronto la muerte cara a cara,
tan extraña como estos olivos contra el cielo.
Y ahora estáis en la muerte y seguís sin saberlo.
Lo sabe el caminante cabizbajo
que mira conmovido vuestras tumbas
y contempla el sendero que él también cruzará
otra tarde de hielo, sin hierba, pensativo.
En un rincón del tiempo se acumulan las zarzas
que acabarán ardiendo en una hoguera fría
con los huesos más tristes de la historia.
Y la tierra os ha dado no tan solo reposo:
os da una dignidad que en vida no tuvisteis,
la dignidad del muerto en un bosque extranjero.
Porque para la muerte todo suelo es extraño
y un hombre es extranjero en cualquier cementerio
que visiten sus ojos pensativos.
Un hombre es extranjero en cualquier cementerio en que repose.
(Santos Domínguez Las sílabas del tiempo)
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