1917. Foto del actor George MacKay © Universal Pictures France
Un travelling al corazón de la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, la que iba a acabar con todas las guerra y fue solo otro principio de otra retahíla interminable. Maestría técnica, sí, pero también dolor, nobleza, temor, lealtad, barbarie y todo eso que te hace sentirte vivo y humano.
Leí en eldiario.es que la película está dedicada a Alfred Mendes, el abuelo del director, reclutado cuando tan solo tenía diecisiete años para convertirse en soldado raso de la armada británica y que luchó en la batalla de Passchendaele, en Bélgica, en octubre de 1917. "Mi abuelo no me contaba historias de valentía y de heroísmo, sino de suerte, miedo y dignidad. De jóvenes que hacían lo que podían por sobrevivir más que por ganar ninguna guerra", explica el director. "Era un reto hacer una película bélica en la que la audiencia siguiera los avatares de un chaval en tiempo real, sumido en pleno caos de la I Guerra Mundial". Pues eso, suerte, miedo y dignidad y es lo que me ha transmitido esta película de Sam Mendes.
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