Lo de arriba es verdad, pero también lo es, y aún me jode más, que en ese diario al que voy a volver dentro de poco, muchos padres se hayan resignado al Qué le vamos a hacer si nuestros hijos no quieren estudiar y sí lo hacen los suyos.
Qué lejos, padre, aquellos días de infancia los dos, tú y ella, delante del cofre, tú pidiéndole para el pienso de las vacas y ella negándotelo. Discutíais entre cuchicheos como si yo no fuera a enterarme y os tenía delante. Tú le pedías para poder vender gordos los terneros en la feria de mayo, o luego en la de septiembre, y ella te lo negaba porque quería guardar lo poco por si algún día alguno de nosotros caía enfermo y todo aquello.
Qué lejos, padre, aquellos días de infancia los dos, tú y ella, delante del cofre, tú pidiéndole para el pienso de las vacas y ella negándotelo. Discutíais entre cuchicheos como si yo no fuera a enterarme y os tenía delante. Tú le pedías para poder vender gordos los terneros en la feria de mayo, o luego en la de septiembre, y ella te lo negaba porque quería guardar lo poco por si algún día alguno de nosotros caía enfermo y todo aquello.
Debía de ser verdad, no había para pienso compuesto, ni para plátanos, ni para otro chocolate que no fuera el de los platos, cristal o ámbar, y sin embargo, cuántas veces os lo oí decir:
— Tú estudia que para libros siempre hay, y si no hay, se saca de donde haiga.
De dónde, me preguntaba entonces y aún hoy; y sin embargo, nunca me faltaron los libros ni creo haber faltado nunca a alguna de las excursiones.
(Que no vuelvan aquellos tiempos y que el dolor de estos no caiga en vano).
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