lunes, 9 de mayo de 2011

Sábado de parque, autobuses y procesión


Hacía tiempo que no lo hacía. Empecé en Londres, acompañado, y luego en Lisboa, solo, muchas veces. Fue así como empecé a enamorarme. Cogía un autobús al azar, me paraba en cualquier sitio, cogía otro, volvía a bajar (tal vez otro), y cuando ya me juzgaba perdido, jugábamos a reencontrarme; los tres, la ciudad, yo, el flirteo.

El sábado primero fue el 54, creo, luego 82, de eso estoy seguro. Por entre tanto, un marroquí de Ujda, veinte años en Mallorca, dos hijos españoles, nueve meses en Bruselas, Muchos de estos marroquíes que ves aquí, dijo, señalando la ventana, vienen de España. Reubicados. Un hombre negro, al bajarse, Com licença. En francés, cuatro cuerpos tersos, risas.

Luego, ya anochecía, camino de casa, una sagres en una terracita.

Y después, ¿Oyes? ¿No? Sí, una procesión. Miles (sí, miles, no exagero), canturreando en portugués, con velas, el silencio ese de las procesiones, los mismos ceños, por las calles cortadas de Saint Gilles, mujeres veladas curioseando a la puerta, por las ventana, algunos flases, los bares abiertos, la música alta, la gente bailando, el señor policía en la calle principal, el gesto enérgico, giros, cuarenta y cinco grados, ora los coches, ora la procesión...

Y ya era casi media noche, Y también esto, dijo, es Bruselas.

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