Bruselas de José Ovejero es un libro que se lee muy bien. No es una guía, tampoco es un ensayo, pero puede leerse como las dos cosas y no decepciona. Todo lo contrario. La lectura de este libro de Ovejero es la mejor manera de empezar a ver, porque es una mirada que no se limita a describir la estampa, sino que la descubre, la habita. Por eso, quizá, Bruselas ha resistido tan bien el paso del tiempo, porque es, sobre todo, un diálogo, una conversación entre un hombre y un espacio paseado, vivido, compartido. Se añejan los datos, pero las miradas, las palabras, las complicidades, esas, se quedan prendidas en los edificios, entretenidas en las calles, aguardándonos, esperándote.
Bruselas es también un libro justamente documentado, con los datos necesarios y ya digeridos, no se trata de leer para ir a buscar, se trata de leer para ver, para saber ver, para darse cuenta de cómo pasean por las mismas calles gente muy lúcida, en qué se entretienen, qué desprecian. Ya digo, una mirada comprometida, valiente y comprensiva, diría, incluso, cómplice, entre un hombre y la ciudad. También una mirada crítica, pero no con la ciudad, sino con los otros hombres, los que la exhiben, la señorean, la racionalizan y, en beneficio propio, la putean continuamente.
¿Una peguita? Si se quiere, esos últimos capítulos, ese cajón de sastre y ese cajón de cajones, curiosidades, informaciones útiles pero no sé si necesarias. En cualquiera caso, a mí me sobran, al libro creo que también. Parecen textos escritos sin muchas ganas, o con muchas ganas de acabar. Es verdad que cuesta mucho desechar lo que ya está escrito, que no está mal, que puede estar muy bien, que… esa es la última trampa, porque, como bien advierte el propio Ovejero, se corre el riesgo de ser un buen arquitecto y mal urbanista. En cualquiera caso, es otra lectura.
Con todo, un repaso muy recomendable. Y algo inconcebible, este libro no está en la Biblioteca Nacional (de Bélgica), qué vergüenza (para la Biblioteca, digo).
(Bueno, y luego, uno lee a Ovejero y se reafirma, Bruselas es un buen sitio para perderse).
Bruselas es también un libro justamente documentado, con los datos necesarios y ya digeridos, no se trata de leer para ir a buscar, se trata de leer para ver, para saber ver, para darse cuenta de cómo pasean por las mismas calles gente muy lúcida, en qué se entretienen, qué desprecian. Ya digo, una mirada comprometida, valiente y comprensiva, diría, incluso, cómplice, entre un hombre y la ciudad. También una mirada crítica, pero no con la ciudad, sino con los otros hombres, los que la exhiben, la señorean, la racionalizan y, en beneficio propio, la putean continuamente.
¿Una peguita? Si se quiere, esos últimos capítulos, ese cajón de sastre y ese cajón de cajones, curiosidades, informaciones útiles pero no sé si necesarias. En cualquiera caso, a mí me sobran, al libro creo que también. Parecen textos escritos sin muchas ganas, o con muchas ganas de acabar. Es verdad que cuesta mucho desechar lo que ya está escrito, que no está mal, que puede estar muy bien, que… esa es la última trampa, porque, como bien advierte el propio Ovejero, se corre el riesgo de ser un buen arquitecto y mal urbanista. En cualquiera caso, es otra lectura.
Con todo, un repaso muy recomendable. Y algo inconcebible, este libro no está en la Biblioteca Nacional (de Bélgica), qué vergüenza (para la Biblioteca, digo).
(Bueno, y luego, uno lee a Ovejero y se reafirma, Bruselas es un buen sitio para perderse).
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