Escribió Marta Sanz que en Pelea de gallos “se traza una panorámica de algunas de las aceradas puntas del iceberg de la ideología invisible en el continente americano: violencia, clasismo, machismo, abuso de menores, hipocresía social, precariedad, insensibilidad ante el maltrato —físico, psíquico, humano, animal—, sexualidades reprimidas, tensión entre amo y esclavo, imposibilidad de limpieza o inocencia, supercherías e ignorancias, el peso de un sentimiento religioso que termina siendo más castrante que esperanzador…”. y dice también: “No solo los millonarios estadounidenses saben que la lucha de clases existe y la van ganando ellos. María Fernanda Ampuero [Guayaquil, Ecuador, 1976] también lo sabe. Y lo escribe muy bien”. Y es verdad, estos relatos están repletos de vínculos familiares e infiernos secretos, o no tan secretos y solo jodidamente silenciados, consentidos, aceptados. En estas 115 páginas y trece cuentos se abre en canal a la institución familiar y a los poderes institucionalizados. Y se hace con brutalidad, con megáfono, sin reparos. ¡Que se sepa! Se agradece la valentía de la autora. Pero resulta a veces innecesaria tanta crueldad, el exceso de afán de feísimo de denuncia, como si fuera siempre necesario darle una última vuelta de tuerca a la miseria y a lo miserable para que la denuncia sea más denuncia. Por momentos, tanto, tanto, que acaba por rozar lo predecible. ¿Es acaso posible la denuncia sin explicitar lo despreciable?
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