Se ha dicho que el término superventas se inventó para él o que tiene el honor de ser el escritor más publicado del siglo XX, será verdad, y cuando se lee a Simenon, tanto para bien como para mal, se entiende. El planteamiento de Los fantasmas del sombrerero es este: Léon Labbé, un respetable comerciante de La Rochelle, dueño de una sombrerería, acude cada noche al Café des Colonnes, donde juega su habitual partida de bridge con sus amigos de siempre. Desde hace unas semanas, varias mujeres han aparecido asesinadas en la ciudad, y un periodista, de nombre Jeantet, mantiene con el anónimo asesino un macabro diálogo a través de las páginas de un diario local. Entretanto, un sastre empobrecido, procedente del cercano Oriente y apellidado Kachudas, descubre casualmente un indicio sospechoso en la ropa de Labbé. Aterrorizado, decide guardar silencio a pesar de la tentadora recompensa que podría obtener si lo delatara…
Luego ya, una ciudad asfixiante y húmeda, muchas vidas anodinas, mediocridad, resentimiento, frustración, la insatisfacción sexual, el qué dirán, en fin, otra novela que se lee bien y que quiere aproximarse a lo que debe de ser la psicología de un asesino en serie.
Luego ya, una ciudad asfixiante y húmeda, muchas vidas anodinas, mediocridad, resentimiento, frustración, la insatisfacción sexual, el qué dirán, en fin, otra novela que se lee bien y que quiere aproximarse a lo que debe de ser la psicología de un asesino en serie.
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