viernes, 11 de junio de 2010

Los condenados de Joaquín Benito de Lucas

 Foto: M.R.
En la Biblioteca Pública de Retiro, número 189 de la calle Doctor Esquerdo, todos los segundos jueves de cada mes se reúne la tertulia  Arco Poético. La dirige la escritora y ceramista Pepa Nieto y son fijos Soledad Cavero, Jesús de la Peña y Francisco de la Torre. Un mes conversan y otro escuchan. Ayer tocó escuchar. Fue al poeta Joaquín Benito de Lucas quien, de viva voz, hizo un extenso recorrido por su obra. 

También leyó Los condenados, uno de esos poemas que resumen una poética, que la contienen dosificada,  a saber, la memoria, la sencillez, el intimismo, los tiempos de la miseria y el dolor y los lugares de la infancia, el sufrimiento ajeno en carne propia, la indefensión, la mirada inocente …

Es un poema (Memorial del viento, 1978) que fue escrito en homenaje a Miguel Hernández y dedicado a Joaquín Álvarez Leal, y que viene precedido del texto El trabajo redime la pena, pero no redime el sufrimiento.

I
¿Eran culpables
o inocentes?
Las mañanas
nacían igual. Y ellos vivían a golpes
de azadón en los ojos
removiendo la tierra y su conciencia
en la prisión del odio
más pura.
Los que a otros
era final se abría a sus miradas
como una estrecha senda
donde el perdón crecía difícilmente entre laureles.
¿Cuántos? ¿Ciento? ¿Cincuenta?
No recuerdo
el número. A mis años
se ve antes la sonrisa
o el gesto: “Para ti, te lo has ganado”,
que el número en que entraban
a ponerse ante el muro
del mostrador por acortar sus vidas.

II

Bajaban de un pequeño
montículo del norte
de la ciudad. Igual cada mañana:
la sonrisa encendida
porque había amanecido para ellos
quizá la última vez.

No eran culpables a mis ojos
ni yo sabía qué era
ser culpable: ¿Llevar los uniformes
de un verde siena, botas desgastadas
o los ojos hundidos
por el dolor?
¿Ser puntuales a la cita
del vino aquel y el niño
cada mañana?

Bajaban de muy lejos,
de Extremadura y Murcia,
de Álava y Cataluña,
del Puerto de Santa María,
de la violencia y la traición.
Y cuando oía sus voces
resonar en el frío de diciembre
salía a recibirlos.
Y tras el mostrador de mi inocencia
esperaba impaciente
con los vasos ya puestos
y la mirada lista.
—    “Otra ronda, la pago yo”.
Y pagaba
con su vida, escarbando
en la tierra los años
que le quedaban todavía
para ganar la libertad.

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