domingo, 16 de febrero de 2020

Exposición de Abad Colorado


En el Claustro de San Agustín de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá están expuestos 25 años de conflicto armado en Colombia en 557 imágenes de Abad Colorado. Al lado del Claustro de San Agustín está el Palacio de Nariño y no es una metáfora. El dolor y el poder en Colonia han estado siempre muy cerquita. 

martes, 11 de febrero de 2020

Diego Rivera en Casa México de Madrid


En 1990 México y España acordaron cederse mutuamente un espacio público en Ciudad de México y en Madrid para la difusión cultural. Parece que México cumplió con lo acordado y desde 2002 en la capital americana hay un centro cultural español. En España ha habido que esperar hasta hace poco más de un año en que el ayuntamiento de Carmena cedió un espacio en la calle Alberto Aguilera para saldar el compromiso. El edificio es un palacete de finales de los años veinte del arquitecto Luis Bellido que durante años fue casa de socorro, sede del SAMU, del INEM, también Tenencia de Alcaldía y espacio ocupado y alternativo. Los estudios de arquitectura de Jaime Arena Cervantes y Riveiro & Baselga Arquitectos lo restauraron y hoy es un agradable espacio de paredes blancas y grandes puertas laminadas de madera sede la Fundación Casa de México en España. Ahí, y para celebrar el primer aniversario de Casa de México, puede verse un pequeña muestra muy interesante de Diego Rivera. Son apenas 20 obras, de caballete, de las menos conocidas pero muy reivindicables. También una muestra fotográfica y una instalación didáctica sobre el famoso mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. 

Por cierto, en el mismo espacio está la librería del Fondo de Cultura Económica Martín Luis Guzmán, una tienda especializada en artesanía y el restaurante. 

viernes, 7 de febrero de 2020

Pelea de gallos


Escribió Marta Sanz que en Pelea de gallos “se traza una panorámica de algunas de las aceradas puntas del iceberg de la ideología invisible en el continente americano: violencia, clasismo, machismo, abuso de menores, hipocresía social, precariedad, insensibilidad ante el maltrato —físico, psíquico, humano, animal—, sexualidades reprimidas, tensión entre amo y esclavo, imposibilidad de limpieza o inocencia, supercherías e ignorancias, el peso de un sentimiento religioso que termina siendo más castrante que esperanzador…”. y dice también: “No solo los millonarios estadounidenses saben que la lucha de clases existe y la van ganando ellos. María Fernanda Ampuero [Guayaquil, Ecuador, 1976] también lo sabe. Y lo escribe muy bien”. Y es verdad, estos relatos están repletos de vínculos familiares e infiernos secretos, o no tan secretos y solo jodidamente silenciados, consentidos, aceptados. En estas 115 páginas y trece cuentos se abre en canal a la institución familiar y a los poderes institucionalizados. Y se hace con brutalidad, con megáfono, sin reparos. ¡Que se sepa! Se agradece la valentía de la autora. Pero resulta a veces innecesaria tanta crueldad, el exceso de afán de feísimo de denuncia, como si fuera siempre necesario darle una última vuelta de tuerca a la miseria y a lo miserable para que la denuncia sea más denuncia.  Por momentos, tanto, tanto, que acaba por rozar lo predecible. ¿Es acaso posible la denuncia sin explicitar lo despreciable?