miércoles, 5 de mayo de 2010

Francisco Valdés y algunas estampas extremeñas con su marco


Uno de los nombres que aparece en Las armas y las letras es el del extremeño Francisco Valdés (1893-1936). De él dice Trapiello: “Narrador, ensayista y poeta. Ese señorito fino e inteligente que suele, o solía, haber en cada pueblo grande. Compartió la colección de Cossío con Unamuno y Diego. Admiraba a Juan Ramón Jiménez, Ortega, Fernando Fortún o Fernando Villalón y colaboró en La Gaceta Literaria y otras revistas vanguardistas. El hacerlo en Acción Española, con todo lo que ello significaba, le llevó a un paredón en los primeros días de la guerra”.

Francisco Valdés publicó su primer libro, 4 estampas con su marco, en 1924, recién cumplidos los treinta años, porque, decía, había aprendido de un amigo suyo que “no debe publicarse libro alguno hasta que se tenga treinta años”. Era una edición numerada, no venal, de 200 ejemplares, que terminaba con un epílogo que él llamaba marco porque, aclaraba citando a Ortega y Gasset, “un cuadro sin marco tiene el aire de un hombre expoliado y desnudo. Su contenido parece derramarse por los cuatros lados del lienzo y deshacerse en la atmósfera”.

El marco era éste:

“Un pueblo extremeño: la terrosa iglesia con su desmochado torreón, rodeada de unas casas de adobes, con unos tejados verdirrojos. Caminos polvorientos en estío y encharcados en la invernada. Monotonía, fanatismo y lujuria. Un casinillo donde los ricachos parlan de barraganas y escopetas y se juegan los dineros heredados. En cada barriada varias tabernas. El maestro de escuela sale de caza. Las jóvenes distinguidas confiesan semanalmente y estiman impúdico bañarse. Reacción, caciquismo e intolerancia Los chicuelos, sucios y desarrapados, vagan por los ejidos, matando pájaros y desgajando los escasos árboles. Un abogadillo, desde el juzgado  municipal, administra justicia conforme a sus pasioncejas y ruindades. En una sórdida rinconada, un prostíbulo, donde los mozos rijosos pescan las enfermedades repugnantes y comienzan a odiar el trabajo. Todos los años mueren varias personas de paludismo y viruela. Emigración, infanticidios, hambre. Mendigos y truhanes toman el sol de invierno en el pórtico de la parroquia. Por las calles; sin acerado y despedradas, husmean los canes y gruñen los cerdos. Odios y envidias seculares entre las familias abolengas. En un centro obrero se reniega de Dios, y se habla del reparto de tierras. Hipocresía y estatismo. De vez en vez un crimen feroz y espeluznante.
Y por encima de todo este fango social, la fecundidad de las entrañas arcillosas del contorno, unos paisajes fuertes, recios, magníficos, y un sentimiento hondo del bien en los corazones de los castúos labrantines del terruño”.

Luego, en 1932, las cuatro estampas se convirtieron en 8 estampas extremeñas con su marco, (éste, el mismo) en una edición nuevamente no venal publicada por Espasa Calpe. Las ocho estampas conocieron luego otras dos ediciones: una segunda, en octubre de 1953, en la Biblioteca de Autores Extremeños, con prólogo de Enrique Segura; y una tercera, en 1998, a cargo del Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial de Badajoz, con introducción y notas de Simón Viola y José Luis Bernal.

En el prólogo a la edición de 1955 Enrique Segura dice que a Francisco Valdés le detuvieron el 15 de agosto de 1934  y que le fusilaron en las tapias del cementerio de Don Benito el 4 de septiembre de 1936. También dice que desde la celda escribió una última carta a su madre en la que decía: “Desde el ventanillo de la puerta se ven los remates de las torre, con sus veletas, y un brazo de tejado de la iglesia, con tres nidos de cigüeñas abandonados. Sobre éstos, un pedazo de cielo, por donde libremente vuelan los pájaros dichosos”.


Pues sí, los hubo.

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